Microrrelatos
En el país de los ciegos... Al entrar por aquella oscura oquedad no pude dejar de sentirme aterrado. Sabía que debía sentir ese miedo porque debía atravesar toda la negritud del ojo sin vista. La esperanza de encontrar luz y respuestas al otro lado de la cara me animaba a avanzar. Sin embargo la decepción fue monumental cuando observe lo que se veía a través del ojo del tuerto. Nada. Si él era el Rey preferiría seguir siendo un ciego. El trabajo bien hecho Cuando Sísifo vio como la piedra volvía a caer al llegar a la cima, sonrió. Sacó un cigarro, lo encendió y sentándose en el suelo fumó con la tranquilidad que da saber que el trabajo estaba hecho. Vientos En aquel pueblo, los pescadores nada y todo tenían que ver con los agricultores. Nada, porque vivían cruzando el río que los separaba y todo porque llevaban allí el mismo tiempo que la gente que vivía en la parte baja del río, los agricultores. Había habido problemas entre ambas comunidades, muchos. Pero se necesitaban y la convivencia, con el tiempo, había limado asperezas, renacido viejas amistades y depurado lo peor que cada una de aquellas comunidades sentía hacia la otra. Sin embargo, los vientos del sur y del norte llegaban cada estación y con ellos traían lo peor de los agricultores y pescadores. Ninguno tenía necesidad de aquello, sin embargo si un viento constante y permanente es capaz de erosionar la roca más dura como no podría hacer mella en todas esas gentes. Y lo conseguía. Algunos, no pocos y en ambos lados, se rebelaban contra aquellas fuerzas constantes. Pero el daño que estas producían era enorme. Los años pasaron y los vientos continuaron, pero los que en un principio fueron pocos, se convirtieron en muchos y unidos. El viento siguió batiendo la vida de aquellas comunidades, pero cada una de ellas empezó a entender que lo que traía el viento del norte o del sur, podía beneficiarles a todos y entonces usando corazón y cabeza supieron que el viento es aire en movimiento y el aire es vital para existir. El almohadón Por fin podría dedicarse a limpiar la casa a fondo. Lo primero era tirar todo aquello que ya no quería. Sobre el sillón, observó aquel viejo almohadón que había visto en casa de su abuela y después en casa de su madre. Nunca comprendió porque había sobrevivido a tantas mudanzas. Además de viejo era feo. Tenía una silla rota bordada junto a un corazón. La silla por la que su abuela había caído al suelo y que había movido a su abuelo a correr en su ayuda, a conocerla, a cortejarla y a casarse con ella. Aquella silla les había unido y en su recuerdo la abuela había tejido aquel almohadón para la espalda del abuelo. Pero ella no sabía nada de eso, nada le unía a él. Sólo la costumbre de verlo durante toda su vida. Pero era viejo y feo. Fue lo primero que acabó en la caja de la basura. Extremos De todas las miradas que le esperaban, esa fue la que más le dolió. Llevaba tiempo soportando desaires, insultos verbales e insultos silenciosos, los más dolorosos. Los primeros tienen posibilidad de réplica sin embargo contra el vacío social y el abandono no existen respuestas. No hay forma de entrar en ningún sitio si no hay puertas o ventanas. Mientras, simple y llanamente, sufría. Se había desangrado minuto a minuto, contemplando como aquello en lo que más creía, aquellos por los que hubiese dado todo le habían ido abandonando paulatinamente. Algunos habían resistido más allá de lo soportable pero al final habían cedido. Sólo hombres de otra pasta son capaces de permanecer impasibles ante algo así. Recapacitó intentando comprenderlo y lo que más le dolió fue que lo hizo. Él también se hubiese alejado, quizás no al principio, quizás no de esa manera, pero sin ninguna duda hubiese terminado por rendirse a la corriente. Pese a eso, no fue capaz de imaginar como haría para reconstruir la desolación que aquello había provocado, cuando todos, absolutamente todos, descubriesen que era mentira. Una estúpida mentira llevada al extremo más irracional, para buscar algo inhumano. |