Los versos del amigo
Sentía que podía verlo a través de esa cuartilla que iba escribiendo. Era una ventana en la que uno rasgaba el papel con la tinta negra, mientras que el otro se deleitaba en la lectura que iban formando aquellas antiguas líneas. Cada vez que leía aquellos versos se transportaba a esa vieja habitación en blanco y negro y veía su demacrado rostro, su flequillo cayendo sobre la frente, la juguetona columna de humo del cigarro apoyado en la mesa, dejando al quemarla marcas oscuras sobre el tablero de la misma. Observaba asombrado la capacidad de aquel para crear de la nada un cúmulo de sentimientos tan físicos que producían angustia y felicidad al mismo tiempo; angustia al definir con tanto acierto sensaciones que creía únicamente suyas y que, sin embargo, solamente aquel hacía más de cincuenta años ya se las había contado al mundo; y felicidad al saber que en algún momento de la historia no había estado solo. Sin embargo, habían tardado tanto en encontrarse… al echar la vista atrás sentía que parte de su vida carecía de sentido, hasta su descubrimiento no tenía lógica. Nadie le había hablado de él, en ninguna revista había leído una reseña. Había sido en aquel foro de internet, riéndose de las opiniones de unos descerebrados, cuando había descubierto su nombre. No le hubiese prestado atención si no hubiese sido por la curiosidad de saber quién era el referente de aquellos obtusos. Con escepticismo primero y con febril ansiedad después, comenzó su búsqueda utilizando todos los medios a su alcance. Al principio no le pareció sino otro patético ejemplar más de tantos que proliferaron en aquella época. Sin embargo, en ocasiones, lo que se busca se retuerce hasta límites insospechados y ofrece matices y visiones que cualquier observador menos avezado es incapaz de percibir, y no por una mayor o menor capacidad, sino por algo tan común en estos días, y tan simple, como el vulgar desconocimiento. Primero fueron las imágenes, necesitaba poner cara a aquel ser, a aquellas arengas, a aquellas barbaridades. Fue ahí cuando por primera vez vio sus ojos, ojos oscuros de soñador que habían vivido una vida de novela. A punto de morir en varias ocasiones, en una época terrible y apasionante de la historia y en la que, también tuvo el acierto o la fortuna de conseguir un lugar único y desconocido en el que disfrutar de las puestas de sol, de la soledad y del apasionado amor, en una pequeña casa de la costa con apenasdos estancias, en una de las cuales había sido fotografiado sentado a la rotunda mesa de madera. Después de conocerle desde fuera, en inconexas y pequeñas biografías fruto del estudio de su tiempo, descubrió que el objeto de su nueva obsesión había sido un autor de relativo éxito, y con renovado denuedo buscó sus obras. Ya nadie publicaba a alguien como aquel, la sociedad aún no repuesta de aquellas tropelías, negaba cualquier intento de acercamiento. Pero no siempre había sido así y aún quedaban nostálgicos que argumentaban que no todo fue malo. De esa manera y refugiados en enrevesadas interpretaciones se podían salvar las líneas fundamentales de aquel pensamiento. También existían objetivos estudiosos que intentaban desentrañar el por qué de aquello. El esfuerzo de éstos, le había permitido internarse por recovecos bibliográficos que le fueron mostrando la globalidad del personaje desde todas las ópticas. Sintió entonces lo que muchos han sentido, la fascinación de lo abominable y de alguna inexplicable manera, oculta a sus seres más cercanos, comenzó a sentir algo especial, algo que no se atrevía a catalogar. Se resistía a pensar que fuese admiración y, para sí mismo y en voz alta, se reía de sus discursos, o cerraba el libro simulando una indignación que en el fondo de su ser no sentía con tanta virulencia como la manifestaba. Pero como todo, llega un momento cuando ya no hay nada nuevo que descubrir en que lo aprendido comienza a volverse tedioso por su reiteración y poco a poco, se fue alejando de su más reciente obsesión. Hasta que de nuevo, de la manera menos esperada, sus caminos volvieron a cruzarse, y fue en un banal comentario en un programa literario de radio, que ni si quiera escuchaba, cuando oyó su nombre. Como un resorte subió el volumen, hablaban de su obra poética. Toda la ansiedad del primer momento volvió súbitamente y retomando el fruto de su estudio, con renovados bríos, se volcó en ello una vez más. Aquella parte de su vida fue más difícil de descubrir, porque aquel personaje nunca se había sentido un gran poeta y sólo en sus círculos más cercanos había logrado romper la vergüenza del que duda de su talento y en su inseguridad se resiste a manifestarlo. Tomó la determinación de invertir más tiempo, más dinero y decidió entonces, que debía llegar al contacto físico. Ya de nada valían sus estudios a través de las letras, debía acercarse a él por medio de la única hija que se le conocía. Nadie sino ella, podría abrirle las puertas de ese mundo íntimo que era el último reducto que le faltaba por conocer. Había leído de sus compañeros, de sus enemigos, de sus coetáneos, de la prensa del momento, pero no sabía nada de sus sentimientos, aquellos que sólo conocen unos pocos y que completan el puzzle de cada ser humano, aquello sin lo que a nadie se comprende. Para su sorpresa, ella le recibió con los brazos abiertos, vivía sola. Algo que no le sorprendió siendo hija de quien era, su hogar era humilde y por todas partes había fotos de él, no podía dejar de mirarle, viéndole de tantas maneras, con tantas personalidades de aquellos tiempos, en aquellos lugares que parecían sacados de una novela de aventuras y de nuevo volvió a emerger su antigua fascinación. Frente a aquel hombre se sentía pequeño, diminuto, tal vez había encaminado su vida hacia el mal, pero había vivido de una manera que ni la mejor de las fantasías podía imaginar. Incluso su rostro podría haber sido el de un galán de aquella época. La anciana le ofreció un café y se alegró de que hubiese periodistas que aún se interesasen por su padre -un incomprendido- dijo. No tenía sentido gritarle las consecuencias de los actos del “incomprendido”, ¿para qué?, aquella mujer no era responsable de nada y tenía el derecho, negado por su padre a miles, de recordarle con el cariño de una hija. Tardó varias visitas en ganarse su confianza, el tiempo que juzgó necesario para llegar a ella y saber que no podría negarle nada, fue en esos días cuando también constató que su primera impresión, respecto a la soledad de la anciana, era falsa, era una mujer muy querida en el vecindario. No le sorprendió, era verdaderamente encantadora, aunque nohabía heredado ni un ápice de la sabiduría poética de su padre. Su ignorancia era tal, que tuvo que soportar que le leyese una y otra vez los primeros trabajos de aquel hombre, sin duda, aquello no podía ser a lo que se había referido ellocutor de la radio. Eran pésimos. Sin embargo su paciencia tuvo fruto, con el tiempo y tras compartir tediosas e inacabables tardes logró llevarse, con la promesa de devolverla, una vieja carpeta de cartón cerrada con unas bastas cuerdas. En ella estaba todo, era el alma impresa de aquel, transcrita con una elegante letra de trazo firme, con una tinta que parecía querer desaparecer. Tras huir de aquella ciudad para no volver, se dedicó en cuerpo y alma a clasificar aquella montaña de pequeñas cuartillas, folios numerados y gérmenes de libretos que gracias a un guiño del destino o una oportuna manía del autor, se encontraban todos y cada uno de ellos fechados. Poco a poco fue entrando en la mente y en los sentimientos de su obsesión, sentía que hablaba con él y que lo entendía. Sufrió mucho cuando pudo reconstruir el dolor por la pérdida de aquel amor no correspondido o por sus miedos al fracaso o a la falta de comprensión. Pero fue aquel breve soneto, delicado, transparente y limpio lo que le hizo sobrecogerse. Sintió que había descubierto la más bella y pequeña piedra preciosa en un enorme arcón lleno de joyas. Se vio como el poseedor de un auténtico y enorme tesoro y no pudo dejar de sentirse orgulloso de haber sabido encontrar, entre tantas, la menos resplandeciente pero la más brillante de sus creaciones. Porque era ahí, en esas breves líneas donde se resumía todo, donde sus almas se unieron en la explicación de la tristeza, en la solución de la soledad. Eran precisamente aquellos breves versos lo que le hicieron ver que su amigo del alma había vivido cincuenta años atrás y se había equivocado en tantas cosas como él, pero aquellos que le rodeaban le habían llevado al extremo y allí lamentó no haber estado junto a él para haber podido aconsejarle, decirle que no a aquello que siempre hay que decir que no, porque hay líneas que nadie ni nada pueden atravesar. No era un incomprendido, era un hombre que había estado solo y allí en la más completa soledad se había perdido, como él mismo lo había estado hasta que se habían conocido, pero su amistad había estado congelada, hacía cincuenta años él había estado sólo, se había perdido y al perderse había causado más dolor del que es posible reparar. Y ahora en el presente, él sentía en su pequeñez, aquella amistad inmóvil, escrita, una amistad basada en la comprensión, en la certeza de saberse unidos por sentimientos que están por encima del tiempo y de los hombres, que nadie entendería porque solamente los que pudiesen descubrir y comprender aquellos versos podrían intuirla, una amistad para llegar a la cual era necesario recorrer caminos demasiado enrevesados como el que él había recorrido, un recorrido demasiado caótico para que pudiese volver a trazarse. Volvió entonces a leer los versos y a través de la cuartilla miró sus ojos oscuros de soñador sintiendo el abrazo del amigo reflejado en aquellas líneas. “Libros, caminos y días dan al hombre sabiduría.”
|