Rodrigo Aguado Tuduri
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La urraca real

Hace muchos, muchos años, aquellos en los que ocurrían las historias más increíbles, vivía en un Reino muy lejano la princesa más bonita que jamás haya existido. Tenía la piel blanca como la nieve de las montañas, el pelo rubio como el sol y tan largo, que llegaba hasta el suelo, pero tan ligero que nunca lo arrastraba, sino que flotaba tras ella como si fuese una capa. Sus ojos eran verdes como el campo y decían quienes los miraban de cerca, que en ellos se podía ver las frutas de los árboles.
Era tan bonita, que cuando la gente del pueblo tenía frío cantaban para que saliese al balcón, porque así, el sol se asomaba para verla y podían calentarse con sus rayos.
Era tan bonita, que nadie se atrevió jamás a pintarla, porque ninguno de los retratos que de ella hicieron, podía compararse con la Princesa.
Y tan bonita era, que gente de todos los lugares del mundo llegaban a su ciudad para conocerla y todos, todos, volvían a su tierra diciendo que no había nada tan hermoso como ella.

Había también, en aquellos años, un pirata muy malo, malísimo, que navegaba por todos los mares asaltando los barcos de todos los países. Los Reyes del todo el mundo intentaron capturarlo. Pero Roncofrio, que así se llamaba el pirata, era amigo de todos los tiburones y por eso, nadie podía atraparle, porque ellos siempre le avisaban de todo lo que ocurría en el mar.
Una tarde en la que Roncofrio desayunaba en su barco, oyó hablar de la Princesa y pensó. – Si soy el pirata más grande que ha existido jamás, y tengo todos los tesoros de la tierra, tengo que tener a la Princesa más bonita del mundo-. Pero lo que Roncofrio no sabía, es que la Princesa era tan bonita como caprichosa y siempre, siempre, había que hacer lo que ella quisiera, porque si no, se ponía a llorar y se enfadaba muchísimo.
Cuando eso pasaba, lloraba tanto, que acababa tan cansada que tenía que dormir más de cinco días, y en esos días nadie podía despertarla.
Un día, el Rey, el padre de la Princesa, le dijo que bajase a las calles para que saliese el sol. Ella, que se estaba cepillando su larguísimo pelo no quiso. El Rey le pidió por favor que lo hiciese, porque en la calle había muchos niños que tenían mucho frío y que necesitaban el sol para calentarse. Pero ella, enfadándose cada vez más se negó otra vez.
Su padre entonces, le quito el espejo frente al que se cepillaba y ella se puso a llorar y a llorar y a llorar. Tanto lloró, que las nubes aparecieron en el cielo y empezó a llover, igual de fuerte que los lloros de la Princesa. La gente en la calle, corrió hacia sus casaspara evitar mojarse, todos menos uno, que aprovechando la lluvia entró corriendo en el Palacio Real y se escondió con los caballos. La Princesa después de mucho llorar, se tumbó en su preciosa cama y agotada, se quedó dormida.

Roncofrio, que era el que se había escondido en las cuadras, salió entonces y en mitad de la noche la secuestró y cabalgando durante días se llevó a la Princesa a su barco. Allí la dejó dormida mientras él, ayudado por sus amigos los tiburones, huyó hacia la isla secreta donde escondía todos sus tesoros.

La Princesa se despertó en el barco y asustada al no saber donde estaba, se levantó de la cama y salió a la cubierta. El Sol, que pensaba que ya nunca volvería a verla, salió en mitad de la noche y, empujando a la Luna, se puso en lo más alto e iluminó todo el mar.
Al enterarse de que la Princesa más bonita del mundo estaba en aquel barco, todos los peces salieron para mirarla, había miles, millones de ellos queriendo verla. Ballenas, delfines, sardinas, todos subían desde lo más profundo del mar, para poder observar aquello que les habían contado y que nunca habían visto. Y todos se quedaron sin habla, con la boca abierta y la cabeza fuera del agua. Los piratas se asustaron al principio al ver el barco rodeado de todos aquellos peces, pero cuando vieron lo que miraban, ninguno pudo ya continuar con lo que estaba haciendo. Roncofrio entonces, gritando con su voz más aterradora mandó a todos sus piratas que subiesen a las velas, que limpiasen la cubierta y que encerrasen en la bodega a la Princesa. Entonces, el Sol enfadado, volvió a ocultarse, los peces comenzaron a saltar por encima del barco, a empujarlo, mientras las ballenas con sus enormes aletas lo golpeaban. Roncofrio dijo a sus piratas que tapasen todos los huecos del barco con sus camisas, para que no entrase el agua y que se metiesen todos en sus camarotes mientras el barco se hundía más y más en el fondo del mar. El capitán pirata silbando con los dedos llamó a sus amigos los tiburones que llegaron a toda velocidad, primero cinco, luego veinte y luego más de mil. Comenzaron entonces a comerse todos los peces que atacaban al barco de Roncofrio, el cual sacando los remos, huyó por el fondo del mar.

Cuando llegó a su isla secreta, Roncofrio llevó a la Princesa a su castillo y le pidió que fuese su Reina Pirata, pero ella asustada, le dijo que nunca sería la reina de alguien tan malo y tan feo. Entonces, Roncofrio enfadado, la encerró en el más oscuro de sus calabozos y dando patadas, gritando a sus hombres y arrancándose pelos subió hasta la sala de los tesoros y allí, agotado, se puso a dormir.
Al día siguiente el Pirata sacó a la Princesa y le enseñó toda la isla, los bosques y las playas y le dijo que todo aquello sería para ella si se casaba con él, pero ella le dijo; - Mi padre es un Rey y tú quieres que yo me case con un pirata tan feo. Yo, que podría casarme con el príncipe más rico del mundo.

Roncofrio entonces, la llevó a la torre más alta que había en su castillo, hasta una enorme puerta amarilla cerrada por más de mil candados. Lentamente y con la llave que colgaba de su cuello fue abriéndolos todos. Cuando abrió la puerta, la Princesa se quedó asombrada.
Frente a ella contempló una enorme sala llena de tesoros, había monedas de oro, de plata, collares, anillos, pulseras, vestidos de todos los colores, zapatos de diamantes, peines de esmeralda, cepillos de rubíes, espejos de marfil y todo, todo, era más bonito que cualquier cosa que ella tuviese.
Eran tantos los tesoros que allí había que ni todos los barcos de su padre podrían llevarlos a su Reino. Roncofrio viendo el asombro de la Princesa, volvió a pedirle que se casara con él. Ella volvió a su cuarto para pensárselo, por supuesto que no quería, pero todo aquello que había visto era tan bonito, que quería tenerlo más que ninguna otra cosa en el mundo. No sabía que hacer, entonces apoyada en su ventana, le preguntó a la Luna.

– ¿Qué puedo hacer?, no quiero casarme con ese pirata tan feo y tan malo, pero esos tesoros que tiene son tan bonitos que me gustaría tenerlos todos.
– Nunca deberías casarte con alguien al que no quieras y menos por las cosas que tenga – Le respondió la Luna.
– Pero él es un pirata y todo eso lo ha robado, si yo pudiese llevármelo cuando llegase a casa, lo repartiría con todos los niños pobres. - La Luna, entonces, miró a los verdes ojos de la Princesa y le dijo.
– Escucha. Todos los jueves, Roncofrio se come diez pollos asados y se bebe diez botellas de vino, después se tumba en la cama que tiene delante de la puerta amarilla de la Torre del tesoro y allí se echa la siesta durante dos días enteros. Cuando esté dormido, le tendrás que quitar la llave del cuello y abrir los mil candados. Entonces, yo te mandaré dos estrellas fugaces para volver a tu Reino. En una irás tú y en la otra todos esos tesoros para que los repartas con los niños pobres.

Así lo hicieron y la Princesa montada en la estrella pudo atravesar todo el mar dejando a sus espaldas la isla de Roncofrio, el cual al despertarse se volvió loco de rabia y arrancándose todos los pelos de la barba se tiró de cabeza al mar.

Todo el Reino se puso muy contento cuando la Princesa llegó, todo el mundo salía de sus casas para poder volver a verla. Ella estaba muy feliz por dos razones, por volver a su casa y porque tenía todos aquellos maravillosos tesoros. Tan contentaba estaba que frente a un enorme espejo de marfil pensaba.
– Si yo soy la princesa más bonita del mundo tendré que tener las cosas más bonitas del mundo, así que no las repartiré con los niños pobres, pero dejaré que me vean con ellas puestas.
Cuando la Luna se enteró de esto se puso furiosa, la Princesa le había engañado para quedarse con todo. Entonces, una noche en que ella dormía, la despertó con un rayo blanco de luna y le dijo.
– Mira Princesa, no quiero castigarte por haberme engañado así que reparte todos los tesoros entre los niños, como habíamos planeado juntas.
La Princesa se negó otra vez.
– Son míos, solo míos y nunca se los daré a nadie. Y antes que hacer eso me volvería a la isla de Roncofrio.
– Bien, tú lo has querido. Te has portado como una urraca, cegada por los brillos de esos tesoros que has robado, como antes hizo el Pirata. Así que, eso serás a partir de ahora.
Una urraca y todos esos tesoros que tanto te importan, se convertirán en una moneda de oro puro que llevarás en el pico y que no deberás dejar caer nunca, porque si así ocurre, tú volverás a la isla de Roncofrío y la moneda será para el cazador que te capture.

La Princesa muy asustada, se puso a llorar y le pidió a la Luna que no la castigase, pero antes de que la primera de sus lágrimas llegase al suelo, tras una explosión de luz blanca, la hermosísima niña quedó transformada en una urraca y todos los tesoros en una moneda del oro más puro que jamás haya existido en la tierra.
La Urraca Real entonces, miró con sus verdes ojos la moneda y tomándola en su pico salió volando por la ventana de su castillo.
Todo el Reino se entero de la noticia y la miraban volar por los cielos de la ciudad, muchos la intentaron capturar para conseguir la moneda de oro que contenía todos los tesoros de Roncofrio, pero nadie lo consiguió nunca porque la Princesa era más rápida que los rayos del sol y nunca dejaba caer la moneda.
Muchos años más tarde llegó a la capital del Reino un joven cazador de un país muy lejano para capturarla, todo el mundo se quedó con la boca abierta al ver todo lo que había traído para intentar atraparla.
Mil cazadores con las mejores escopetas del momento, montados en mil elefantes para poder tener una posición de tiro más elevada. Cinco mil halcones peregrinos tan rápidos, que a ninguno de ellos se les había escapado jamás una presa. Dos millones de cajas enormes, en las que guardar todo el tesoro en el que se convertiría la moneda cuando cayese al suelo. Doscientas redes que lanzarían cuatrocientos forzudos especialistas en capturar leones con red y todo, todo eso, para capturar a la Urraca Real.
Durante días, el joven cazador preparó todo con detalle. En un enorme círculo se colocaron los elefantes. Subidos a sus cabezas estaban los cazadores, armados con sus escopetas. En medio del círculo formado por los inmensos animales se encontraban los forzudos lanzadores de redes, que esperarían a que la Urraca Real cayese herida por los disparos, para así echarle sus redes y atraparla.
Mientras, en el aire, los cinco mil halcones daban vueltas en círculos esperando a que apareciese para hacerla volar hacia los cazadores y que éstos pudiesen disparar sobre ella.
Toda la ciudad esperaba el resultado de aquella cacería, todos sabían que en aquella ocasión la Urraca Real sería capturada, el brillo de la moneda en su pico dejaría de verse en los cielos del Reino y todos, todos, estaban muy tristes por ello.
Esperaron días y días, bajo los calurosos rayos del sol, bajo la blanca luz de la luna. Cuando de pronto, una mañana, a lo lejos, se observó un brillo, que parecía una estrella en medio del día.
No había duda, era Ella. Se acercaba volando en enormes círculos, primero subía muy alto, altísimo, casi hasta tocar el sol, entonces soltaba la moneda y la observaba desde lo alto viéndola caer, para lanzarse tras ella y antes de que tocase el suelo volver a recogerla en su pico y subir, de nuevo a gran velocidad hasta las nubes.
A una señal del cazador, los cinco mil halcones volaron hacía Ella. Esta les esperaba parada agitando las alas, sin moverse, como queriéndoles decir, –nunca me atrapareis–.
Las rapaces pensaron que se había quedado paralizada por el miedo. Pero nada más lejos de la realidad, cuando apenas estaban a unos metros, La Urraca aleteó con fuerza, giró su cola y ascendió hacia el sol a toda velocidad. Los halcones se pusieron en fila y uno a uno imitaron su giro para alcanzarla.
Desde el suelo se veía el pequeño punto que representaba La Urraca con el brillo de la moneda en su pico, seguido por los cinco mil halcones, parecía una cola de hormigas persiguiendo una luz.
La siguieron hasta casi tocar el sol, alrededor de los árboles de los parques, entre las chimeneas de las casas, y todos vieron como por fin ella y sus perseguidores se fueron acercando hacia el círculo de cazadores, elefantes y forzudos. Estos se prepararon al vercomo se acercaban a la velocidad del rayo. Ya estaban a cien metros, a sesenta, a treinta…
El joven cazador, dio entonces la señal de que todos se preparasen, y cuando la Urraca y los halcones estaban entrando en la trampa, la Princesa dio un giro mágico en el aire.
Los cazadores confundidos por la maniobra dispararon con tan mala suerte, que unos disparos alcanzaron a los forzudos, otros a los halcones, otros a los elefantes, que asustados comenzaron a correr aplastando todas las cajas que había para recoger los tesoros. El desorden fue tal que los forzudos lanzaron las redes y capturaron a los cazadores que no habían sido alcanzados por los disparos.
Cuando el humo de las escopetas se levantó, toda la gente que había ido a mirar la cacería empezó a reír. En un montón enorme, bajo las redes de los forzudos, estaban los elefantes sentados sobre las cajas, con los agujeros de balas en sus enormes orejas.
Sobre ellos los cazadores con los halcones encima de las cabezas y al lado de todo aquel lío el joven cazador con la cara roja como un tomate. La gente comenzó a aplaudir a la Urraca Real que se posó en un árbol y dejando un momento la moneda sobre su pata, guiñó uno de sus verdes ojos, y echó a volar.
Algunos más intentaron capturarla, pero nadie lo consiguió.

Pasaron muchos años y siguió volando por el cielo azul del Reino. La Luna no la perdonó pero ella, a veces, cuando alguien necesita ayuda deja un trocito pequeño de su moneda en su bolsillo.
Si queréis verla fijaos en las Urracas, porque hay una, sólo una, que lleva en su pico, una moneda brillante y redonda y del oro más bonito que jamás se ha visto, tan bonito como era la Princesa.


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